viernes, 25 de marzo de 2016

Sueño

Abro la puerta de mi dormitorio, pero no me recibe el pasillo de siempre. Tardan mis ojos en acostumbrarse a la claridad. Una interminable llanura blanca se extiende delante de mi. Doy un paso y la nieve cruje bajo mi peso. No veo cielo. No veo nubes. No veo horizonte. Todo es una infinita extensión nívea. He estado aquí antes. Muchas veces. El piano suena, eterno, con su lenta melodía. Conozco cada rincón de este sueño. No oigo mi suspiro, pero siento mis pulmones llenarse de un helado aire. No oigo mi exhalación, pero siento como parte de mi corazón va en la nube de vaho que desprendo. Empiezo a andar. Debería estar en alguna parte. Esta vez, algo debería ser diferente. Ella debería estar aquí. Quizás esté escondida en las páginas de otro libro. Quizás hoy no quiera que la encuentre. Quizás este vuelva a ser sólo otro cuento en blanco.
Empiezo a buscar.
Se me entumecen los pies por el frío. No puedo dar más de dos pasos sin caerme. Esto no funciona. Intento volar. A veces funciona. Pero esta vez sólo me elevo unos centímetros. Como espectro perdido de negra figura, floto por cada lugar, buscándola. Pero no la encuentro. No la encuentro. Me desplomo. Siento el frío de la nieve en cada centímetro de mi cuerpo. No la encuentro. Nada cambia. Intento volver, pero me he desorientado. No encuentro el camino. Mis huellas han desaparecido. Me pierdo en mi propio sueño. 
¿No es irónico?
Sin saber el camino, da igual la dirección que tomes. Así que vuelvo a caminar. Tirito. Mis dientes castañean. Nunca antes había hecho tanto frío aquí. Y, de repente, algo toma toda mi atención. Casi imperceptible, veo en el suelo un tímido pétalo de cerezo. Lo tomo entre mis manos. Está caliente. Lo acurruco contra mi pecho. Y empiezo a sentirme un poco mejor. Las notas de piano han cambiado. Ya no suenan tan tristes. Sigo andando. A los pocos pasos, otro pétalo. Y otro. Y otro.
Cuando quiero darme cuenta, la blancura del sueño ya no se debe a la nieve. Estoy inmerso en un mar de pétalos que bailan con el viento. Veo a lo lejos un pequeño árbol. Me acerco. El cerezo del que nacen estas bellezas bailarinas.Todo ha cambiado. Siento su calor. Ella está aquí. En alguna parte. Pero no quiere ser vista. Quiero verla. Pero es libre como el viento. y ha decidido volar un rato sin mi.
Me despierto de un sobresalto. Me calzo las pantuflas y me pongo mi bata. Abro la puerta de mi dormitorio. El infierno de siempre sigue aquí, como cada día. Miro por la ventana. Las copas de los árboles se mecen. Quizás hoy no sea un día como todos, supongo.

martes, 15 de marzo de 2016

Nada

Nada fluye por un corazón abandonado. Nada se dibuja en una sonrisa vacía. Nada mece un viento manso. Nada queda aquí más que una larga noche oscura. Nada duele más que unas palabras indicadas. Nada duele más que su silencio. Nada duele más que saber que no soy yo quien la hace sonreír, que es su pasado en quien piensa y no en mi. Nada viaja por mi cabeza más que la idea de que la quiero libre y cerca, pero está lejos.
Nada más que un humo lejano, como de incienso sustituye tu recuerdo. Nada más me queda que eso. Nada más que tu recuerdo. Nada.