miércoles, 19 de agosto de 2020

Calma antes de la tormenta

Siento la tensión en cada poro de mi piel, noto cómo la electricidad estática eriza el vello de mi antebrazo. El aire está cargado con ese olor a ozono que inunda todo antes de que se desate la tormenta. El calor se vuelve húmedo y el cielo se vuelve de un gris oscuro que no consigue opacar al sol. Es cuestión de tiempo que caiga la primera gota. Y, después, el chaparrón acompañado del ruido lejano de un trueno. Estamos aquí, al borde del precipicio, esperando lo inevitable. Veo que contienes un escalofrío mientras me miras a los ojos. Me pregunto qué ves, qué observas en mi mirada cansada, hastiada, vacía. Tu silencio retumba en mi mente y me grita que reaccione, que saque un paraguas para lo que viene. Pero mi cabeza no reacciona. Prefiero sentir el diluvio empapando mi barba antes que irme y que sientas que te abandono. Puede que esté hueco, pero estoy aquí, contigo. Solo tengo que volver a encontrar mi chispa, que está ahí, en alguna parte. Aunque no sé si me dará tiempo a encontrar la antes de que empiece el vendaval. Respiro hondo. Cierro los ojos un segundo. Me preparo para sentir las gotas recorriendo mi cara, para ensordecer mis oídos con el sonido de los relámpagos y para que el olor a petricor inunde mis sentidos. Contengo la respiración, esperando. 
Y espero. 
Y espero. 
Y espero. 
Y espero. 
Pero esa gota no cae nunca.