viernes, 16 de diciembre de 2016

Maldición

¿Quién quiere asomarse al profundo océano, oscuro, interminable y tenebroso, pudiendo tumbarse a ver las estrellas? Es fácil no pensar si contemplas el infinito del vacío, como si tu mente se esforzarse en expandirse y disolverse en las tinieblas. Quizas solo quieras aprender a desparecer. Quizas solo quieras prender tus sueños como una hoguera, una que crepite al cielo, que arda con la rabia de los deseos que nunca se cumplieron. Aunque, a fin de cuentas, de poco sirve la llama en la palma de tu mano. En el océano, se apaga; en el universo, se asfixia. El infinito nos asfixia. Nosotros nos asfixiamos. Y la rabia da paso a la desesperanza, a la falta de aire, en lo más profundo de las frías aguas, en el último rincón de la galaxia, junto a la última estrella. Esa que ya no calienta, esa que decidió ser invierno. La oscuridad siempre nos hizo sentir solos, pero es cuando más acompañados estamos. Nunca estamos más cerca de nuestros verdaderos ojos, de nuestra auténtica sonrisa vacía, de nuestros monstruos que cuando estamos a oscuras. Notas una mirada en la nuca, dices que es un fantasma, pero es algo peor. Hay un pasado que te carcome, un presente que te lastra y un futuro incierto. Esa es tu maldición. Y jamás te librarás de ella.