sábado, 22 de octubre de 2016

Playa

Las olas acariciaban con gentileza la orilla con un cómodo susurro al rozar la arena. Nuestros pasos marcaban un sinuoso camino. Andábamos despacio, andábamos riendo, jugueteando, haciéndonos cosquillas y carantoñas. El sol lucía en todo su esplendor y las gaviotas surcaban el cielo. No había gente en toda la cala. A mí nunca me ha gustado la playa, pero estoy seguro de que una de mis cosas favoritas en la vida era verte ahí, sonriendo mientras tus pies se hundían en la aterciopelada arena. Me contabas historias de tu infancia, de cómo corrías por este mismo sitio de pequeña huyendo de las olas. Los atardeceres en el horizonte reflejados en el mar te fascinaban, como si fuese la mayor fuerza hipnótica que jamás hubieras visto. El olor a salitre y la brisa marina te acompañaron en varios momentos de tu vida, buenos y, en su mayoría, malos. Dibujabas en la arena los nombres de tus pretendientes y los chicos del colegio que más te gustaban. Luego, construías castillos y murallas para que la marea no los borrase. Te daba miedo que, si los nombres desaparecían, ellos desaparecerían también de tu vida. Siempre te ha dado miedo perder a la gente que te importa, pienso. Siempre tratas de protegerlos frente a viento y marea. Por eso me siento cómodo y seguro contigo. Me enseñaste la roca en la que diste tu primer beso bañada bajo las estrellas en una noche sin luna. Me contaste cómo él te rompió el corazón. Me hablaste de tus amigos y vuestras fiestas hasta el amanecer. Y a los que el tiempo ha hecho que dejes atrás. No me atrevo a pronunciar ni una sola palabra en todo el trayecto. Siento que, a poco que dijese, se rompería el encanto del momento. El tiempo tendía a ser injustamente rápido cuando estaba contigo. Antes de que pudiera darme cuenta, los rayos de sol que calentaban nuestra piel empezaron a huir en la lejanía, más allá de donde nuestra vista pudiera alcanzar. Tú tan de atardeceres, yo tan de anocheceres. Tendimos una toalla sobre la arena, que aún irradiaba un cómodo calor que contrastaba con la fresca brisa que la marea traía. Los besos iban y venían, pero yo seguía sin poder decir nada. Me eclipsabas con tu sonrisa, con tu energía, con tus cuentos y tus fantasías. Y, tumbados bajo las estrellas, hice la primera promesa sincera de mi vida.