jueves, 30 de junio de 2016

Invisible

Como si un fantasma fuese, me acurruco en una esquina y observo. Observo mientras nadie más me observa, como si fuese el motivo de mi existencia. Etéreo la observo. Etéreo y cabizbajo ante mi inexistencia. Parpadean cientos de luces en todo el piso y ninguna me ilumina. Me siento vacío. Frío, pese al calor estival. Sólo puedo mirar al techo y suspirar. Suspiros que se pierden en el eco del silencio. Silencio en una solitaria compañía. 
Miro por la ventana. Soy testigo de lo efímero  de un precioso instante. En un parking desierto, iluminado sólo por luces de neón, una pareja furtiva se encuentra. Se besan en el amparo de su rincón secreto, con la certeza de que están a salvo. Nada les importa. Cada beso es sincero, se lo arrancan del alma. Luego se despiden. Y ninguno mira atrás.
Invisible los he visto. Invisible he vuelto a mi realidad. Invisible me siento. Invisible vuelvo al pasado. A mis pensamientos. Invisible me agobio. Consciente de que nada de lo que haga importa porque sólo sé meter la pata. 
Invisible soy. Y siempre lo seré.

jueves, 16 de junio de 2016

Insomio

Cuenta el insomnio un cuento amargo. Cuenta las horas sin parar, implacable, delirante. Sueña el insomnio sueños desconocidos, lejanos, cubiertos de polvo y óxido. Se marchitan las estrelladas noches con un tictac implacable que resuena con estruendo en la habitación. Ilumina la luna llena por la ventana una cansada figura en una chirriante silla con un lápiz en la mano y una página con demasiados tachones en ella.
Cuenta el insomnio que le gustan los cuentos que le cuento. Susurra tenue y tenebroso a mi oído que no piensa dejarme nunca. Y, conforme el miedo crece en mi corazón, la ignorancia de la fresca mañana se aleja. No se apartan los fantasmas de mi alma. No descansan bajo mi cama. No callan las velas ni las sombras que arrojan a la desconchada pared. Sombras son los pensamientos de mi mente. Sombras de pasado. Sombras y nada más.
Cuenta el insomnio un largo segundo. Se agita mi respiración ante la desesperación de mi insignificancia. Pesan los párpados. Pesa la nostalgia. Pesa el pasado como una losa. Pesan las palabras hirientes de alguien cercano. Pesas tú.
Tengo demasiado tú en tan poco yo.
Cuenta el insomnio que en breves trinará el ruiseñor en la repisa de mi ventana. El alba me saluda.
Me levanto cansado. Hasta mañana.

sábado, 11 de junio de 2016

Aun ella

Sigue ella calmando todo mi ser extenuando. Sigue caminando por los insondables pasillos de mi ser. Sigue acostada en mi regazo tras el muro. Siguen sanándome sus caricias en mi imperturbable rostro. Sigue aquí conmigo camuflada entre distintos olores. Pero todos huelen a ella. Besa ella, no mis labios, si no mi alma desnuda con su desnuda y descarada mirada. Nacen, como enredaderas por la pared, los abrazos, las palabras mudas y los sentimientos aletargados. Infierno, ya puedes llevarme. Porque te he conocido en cada sueño en que la perdía. para siempre. Pero ella dice que es para nunca. Aletearán las azules mariposas por el campo mientras paseamos por nuestra vida pintada en naranja y azul, con lluvia y sol, con un arco iris interminable. No morirán las tardes de domingo acurrucados en el sofá. Serán inmarcesibles nuestras tonterías, nuestras risas, nuestras lágrimas. 
Y yo al fin lo entiendo. Entiendo que por mucho frío que tenga, me espera tu abrazo desnudo para darme calor. Entiendo tu amor. Y tu entiendes el mio. Entiendo que no hay locura ni demencia en amarte como te amo, como me amas. Que sigo queriéndote libre, pero cerca. Muy cerca. Ahora sé que serás tú la que, siempre que esté triste, cantará para mí una nana. Y, cuando nos encontremos cruzando juntos el río Estigia, siempre, siempre, amor mío, recordaremos esa noche que, junto al Júcar, con una cascada tronando, nos besamos e hicimos historia en la vida del otro. 

miércoles, 1 de junio de 2016

Oscuridad

Quiso agarrarse a algo, pero en la oscuridad que le rodeaba solo asió el vacío. Miró en todas las direcciones, pero no podía verse ni a si mismo. Y tuvo mucho miedo. Su mente, presa de oscuras divagaciones le indujo en un estado deplorable, no sabía ni quería saber si seguía siendo el mismo. No podía juzgarlo ni por su sombra que, cobardemente, le abandonó en esa negrura. Dio un paso. O creyó darlo, porque realmente no percibió avance alguno. Se echó al suelo y empezó a gimotear muy patéticamente. Y ahí se quedó, con la certeza de la más absoluta soledad y con la convicción de que iba a quedarse ahí hecho un nudo. Para siempre.
Y empezó a llover...