viernes, 25 de diciembre de 2015

El puente de Tul

Una ligera escarcha cubría los adoquines que decoraban el suelo del puente Tul. Era bien entrada la noche. Las llamas de las farolas se reflejaban tímidamente en la húmeda superficie del puente. Debajo, el río corría helado, casi inerte. Unos pasos elegantes cortaron el ruido del silencio invernal, acompañados de ligeros golpes perfectamente rítmicos de bastón. La capa ondeaba al viento, empapada en su parte más baja. El sombrero luchaba por mantener un precario equilibrio sobre la cabeza del muchacho. Su figura se veía recortada contra la titlante luz de la adusta farola. El frío invadió su robusto cuerpo hasta el punto de hacerle tiritar. Una sonrisa a dibujó en su rostro, acentuada por una perilla puntiaguda. Ese era el lugar en el que debía estar. Miró su reloj de bolsillo. Faltaban aun tres minutos. Contempló el vacío que se extendía bajo el puente. Parecía la puerta hacia el mismo infierno. El puente Tul había conocido ya muchas historias. Esta sólo iba a suponer a sus vetustas piedras otra más. Unos temblorosos pasos resonaron en el eco de la oscuridad aproximandose al joven. "Por fin" se dijo a sí mismo. Los sollozos de la muchacha aullaban a la luna que no aparecía. Sin prestar atención a su compañía, se encaramó al puente Tul dispuesta a dejarse olvidar por siempre.
- Vamos, muchacha triste, no querrás visitar a la muerte tan pronto y con esos harapos de sirvienta, ¿verdad?- dijo él.
-¡Atrás! O te juro que me mato- balbuceó ella.
- No tengo intención de entrometerme en tus asuntos, cielo. Mas me corroe la curiosidad de saber por qué una chica tan linda toma esta decisión. Si finalmente saltas, no vas a tener más oportunidades de ser generosa, así que haz un último acto de bondad y cuéntame tu problema- sonrió él
- Quien conoce del mal de amores, de todos los dolores conoce. La persona que amaba y que decía amarme se ha ido con la hilandera del pueblo y yo no sé qué hacer con este vacío en mi alma- lloró ella
- ¿Y si te dijese que puedo ayudarte, querida?- inquirió él
- ¿Cómo?- se sorprendió ella
- Haz que se tome este brebaje y sólo tendrá ojos para ti- le tendió él
- ¡Ay! Si tuviera dinero para pagarte con qué gusto lo haría- refunfuñó ella
- Es gratis, chiquilla. Todo precio es bajo si puedo salvar una vida- le ayudó a bajar él
- Ciertamente lo habéis hecho, mi señor. Voy presta a probar este remedio. Gracias, mil gracias, caballero, que Dios le acompañe toda su vida- exclamó agradecida ella

Cuando él se vio solo dijo para sus adentros "Cuánto dudo yo eso". Echó a andar por el puente Tul. El viento arrancó de su cabeza el sombrero. Lo último que la centelleante luz iluminó fueron sus dos cuernos. Lo último que cortó el viento fue su vil carcajada que aun hoy se escucha de vez en cuando sobre el puente Tul.

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